TEXTOS de Miguel Ángel Arcas, Pipi Gómez, Salvador Perpiñá, Francisco Sotomayor, Ángel Fábregas y Juan Carlos Friebe


DE REPENTE EL ÚLTIMO MORALES

por Juan Carlos Friebe


Al salir del encuentro en el que Miguel Morales nos convocó para ver su obra, que iba camino de convertirse en una inminente exposición, no pude evitar el recuerdo de “Animula vagula blandula”, a cuya inauguración asistí en El Buen Gobierno, más de veinte años atrás. En lo esencial, pensé, no había cambiado, el artista. Aún más desposeído, me pareció, de detalle, de color, de aspectos teóricos, de andamiaje retórico: de artisticidad, si se me permite la palabra. En cambio reconocí gestos pictóricos, evoqué rasgos de autor distintivos, advertí ideas semejantes y ese tema –creo no marrar si escribo recurrente en su trayectoria- de la persona humana, un epíteto arquetípico, pero una adición necesaria. Hay animales más humanos que el Hombre, pero ningún animal es persona, aunque no deje por ello de ser individuo. Miguel Morales, pues, me dije, sigue captando semblanzas de individuos. Nos capta a nosotros. Lo hizo siempre quizá. Quizá esa sea, en realidad, una de las funciones principales del Arte: representarnos. Y me pareció, aquella espléndida noche que mucho más que representarnos, nos presentaba ante nosotros. Que llegaba más hondo siendo todavía más llano, jamás plano, que en obras anteriores. Sentí que me dolía. 

La velada, exquisita, los amigos, extraordinarios, el ambiente invitaba a proseguir aquel encuentro que, dada nuestra común afición a resolver ecuaciones polinómicas y a teorizar sobre la unidiversidad del macrocosmos desde una perspectiva tan festiva como experimental nos condujo, irremisiblemente, a un observatorio intelectual digno de nuestras disquisiciones: esto es, a un bar de medio pelo en el que fuimos atendidos como reyes. Allí me atreví a confesarle que me parecía un pintor-pintor, de los pocos que iban quedando, pero que lo más me disgustaba era la pobreza del soporte. Lo primero me sigue pareciendo cierto, más que nada porque es un hecho: lo segundo erróneo, pero no inexacto. Igual parezco demasiado entusiasta -bueno, y qué- pero su obra es de coleccionista y su inteligencia narrativa de museo. No le favorece, no, la humildad del soporte. Y sin embargo siempre ha trabajado caro sobre material de escombro: sobre la presunta humanidad del ser humano desde la síntesis de su representación: sobre caracteres: sobre la ampliación, amplificación y reducción del misterio del ser, en realidad, una maravillosa derrota.

La obra de Miguel Morales nos invita a –o nos exige- desenmascararnos ante ella. El pintor-pintor nos enfrenta a una galería de personajes-persona tan diferentes entre sí como parecidos a nosotros, tan personas-personaje como ellos, escondidos en nuestra propia y estrafalaria identidad, simple sombra y caricatura, o doble. Pues eso somos, a mi entender, y cuanto somos es su motivo. Abreviados en unos pocos gestos pictóricos, con una enérgica delicadeza retrata nuestra descarnada humanidad, difícilmente volveremos a ser quienes fuimos salvo, claro está, que seamos capaces de enfundarnos de nuevo el disfraz y colocarnos la máscara que nos identifican, y olvidar que fueron nuestras almas las que sirvieron de modelo al pintor-pintor mientras nuestros cuerpos-cuerpos, despojados de todo detalle superfluo, apenas son ahora el contorno donde nuestras miserables glorias o nuestras hermosas derrotas suceden.

Aristóteles acaba con Platón. Carlota Corday asesina a Marat. Escribió Ginferrer sobre la síntesis como don. Van der Rohe consideró que menos es más. Karl Kraus puso el acento sobre el lenguaje como valor indiscutible frente al tema. Ninguno de ellos fue pintor y en todos ellos encuentro un rasgo que me remite a la pintura de Miguel Morales, o que define a su autor. La simplificación de las figuras, en lugar de conducir a un dibujo superficial, logra en ocasiones una profundidad en la lectura de caracteres humanos emocionante, una intensa expresividad en los personajes cargada de una honda melancolía, siempre tierna. Morales trata a sus personajes como personas humanas y dibuja y redibuja nuestra maldad, nuestra crueldad, nuestra perplejidad, nuestro espanto, nuestro ridículo aspecto y nuestro desconcierto ante esta taimada encarnación humana que sobrellevamos, cada cual, como mejor puede. La pintura-pintura del pintor-pintor no es una sencilla-sencilla re-colección de piezas destartalada sino un imprescindible retrato de nuestro propio asombro ante lo que, despojados de todo aquello que no es esencial, lo queramos o no, somos.

Consideró Benito Prieto en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Granada que el Arte es una servidumbre de la perfección: "El Arte, o sirve a la belleza y a las cosas del espíritu, o es pasatiempo de indotados", dejó escrito y dicho. La belleza es un concepto histórico, mutable: las cuestiones del espíritu son volubles, pero constantes. Y en mi desastrada opinión de diletante, que ama la creación al margen de los discursos intelectuales, el Arte de Miguel Morales sirve tanto a lo uno como a lo otro desde cualquier mirada, aunque me fastidie un tanto que por esconder al excelente pintor que es, el tema esconda –conscientemente- el poder de su lenguaje.

P.S. Me fastidia, enormemente, no haber logrado colocar el término "itifálico" en el presente escrito. Casi lo consigo. 


PALABRAS PARA UNA EXPOSICIÓN

por Francisco Sotomayor


Dos son los cuadros del artista Miguel Morales que ocupan un lugar en mi exigua colección de pinturas. El primero es una virgen al estilo clásico de la Madonna, en la que el niño, sentado en su regazo, exhibe un hocico de cerdo. El otro es un hombre con el torso desnudo que sostiene un pollo ensangrentado, y sus labios también parecen estar manchados del mismo color de esa sangre. En la parte superior se ha escrito a pincel: «Hombre con poyo».
He tenido la oportunidad de disfrutar de la contemplación de una larga serie de pinturas que preludian las obras que aquí se exponen. Gran parte de ellas incluían una sola figura sobre un fondo más o menos vacío y, a veces, también aparecía un rótulo. En algunas ocasiones la cosa se complicaba y entraba en juego un segundo o tercer personaje, pero no muchos más. Ello evidenciaba la predilección, por parte del artista, de presentar la soledad del ser –la figura aislada como ser de la representación– dentro de los límites del cuadro.
Contemplándolos en serie no podía uno dejar de preguntarse si no estaba viendo una secuencia aleatoria de arcanos de gran formato, en los cuales una figura se presentaba –reducida a su recóndito secreto– con una cierta potestad mágica, totémica o emblemática. Personajes de la conciencia, sin belleza, sin esperanza, alucinados héroes de ninguna causa, sonámbulos, con la apariencia de figuras recluidas en el seno de un naipe, el bufón, el ahorcado, el mago, la sacerdotisa.
Miguel Morales ha evolucionado desde el uso de las masas de color y de los empastes hacia una suerte de estilización formal. El soporte ha quedado desnudo y la figura reducida a su propio contorno, a base de una pincelada líquida y ágil. Entonces pervivieron los tonos vivos, sólo que menos abigarrados, un poco más apagados eso sí, pero más limpios. Aparecieron fosforescencias y, en suma, el color adquiría transparencia y un tacto aterciopelado.
Y el gris se fue adueñando de la atmósfera predominante, emergiendo desde el fondo, poco a poco, llegando a completar gran parte de la superficie del cuadro. Era la grisura neutra del vacío, una especie de limbo que como una niebla uniforme se traslucía alrededor y dentro del ser, de la figura, de la representación. Si el blanco y el negro no son colores, bastaba con que los grises lo fueran. El artista lo conseguía a base de oficio, aplicando veladuras y calidades cromáticas que parecían latir al mismo nivel de la grisalla.
Por otra parte, y con frecuencia, sus figuras mostraban gestos insípidos, expresiones de vacío o de instintos primarios, infantiles, la incipiente caracterización de estados psicológicos en cierto sentido grotescos, elementales, caracterizados por una mirada absorta en función de su obstinado embelesamiento. Lucían sus cuerpos semidesnudos y también su sexo, tal como lo hacen los niños, limpios de la culpa que se adquiere con la edad. No había allí obscenidad sino más bien un placer vago, el deseo por alcanzar determinadas satisfacciones o quizá ese sentimiento de abandono de quien –como el héroe trágico– se muestra sometido a cierto tipo de marginación erótica.
En esos rostros –¿expresionistas?– se apreciaba por momentos un atisbo de abulia, puede que un ligero sopor, diversos grados de ensimismamiento y precariedad. Los brazos caídos, las manos esbozadas en una acción inconsecuente, los miembros a medio vestir, flácidos, todo ello daba al conjunto la apariencia de un pathos inverso –o de un antipathos, por decirlo de algún modo–, el revés de la trama, la pasajera liviandad de los momentos bajos.

«No es bueno que nuestros sentimientos se nos vuelvan familiares. Se van mezclando en nuestra propia corriente, que es muy sórdida, y se vuelven completamente triviales»

Drieu La Rochelle, Relato secreto.

Algunos eran retratos, pero en general allí se reproducían estados psicológicos de personajes que surgieron como resultado de un proceso riguroso de clonación imaginaria. Cambiaban las poses, los atuendos, el sexo, pero todo obedecía a la respuesta andrógina de un sólo ser perdido entre bastidores. Eran el resultado casual de un proceso de investigación personal, reflexiva y profunda, a partir del azar de la vida cotidiana y de la propia imaginación creadora.

«Somos los hombres huecos
somos los hombres rellenos
apoyados uno en otro
la mollera llena de paja. ¡Ay!
Nuestras voces resecas, cuandosusurramos juntos
son tranquilas y sin significado
como viento en hierba seca
o patas de ratas sobre cristal roto
en la bodega seca de nuestras provisiones.
Figura sin forma, sombra sin color,
fuerza paralizada, gesto sin movimiento:
Los que han cruzado
con los ojos derechos, al otro Reino de la muerte
nos recuerdan –si es que nos recuerdan– no como
perdidas almas violentas, sino sólo
como los hombre huecos
los hombres rellenados.

T. S. Eliot, Los hombres huecos.

Un paso más allá y fueron apareciendo determinadas coordenadas, efectos simbólicamente perspectivos, atisbos de líneas pseudoarquitectónicas, con el objeto de seccionar el plano y de añadir la idea de un habitáculo: el escenario que oprime y libera la acción del drama. Las aristas del espacio también son las del tiempo.
Justo ahora, en los cuadros que aquí se exponen, el espacio se ha hecho tangible y las masas homogéneas de color se han degradado, adquiriendo determinada fuerza tectónica y apareciendo perspectivas móviles y sintéticas, sustraídas al vacío. Las figuras se multiplican en forma de secuencia temporal, como personajes atrapados bajo distintos enfoques simultáneos, como si se desplazaran por un espacio fragmentado, a modo de cuadro dentro del cuadro.
Líneas, objetos y acción dramática nos invitan a un esfuerzo personal de construcción y deconstrucción frente a la dúctil escenografía del conjunto. El artista retorna en cierto modo a lo pictórico y, paralelamente, a un sentido del horror vacui más acusado, puesto que ahora la sensación de vacío se desvanece y se estratifica a partir de un juego de texturas de color, de fondos que interactúan y se superponen en volúmenes de un espacio referencial.

«En el truco visual no se trata nunca de confundirse con lo real, sino de producir un simulacro, con plena conciencia del juego y del artificio.»
Jean Baudrillard, Cultura y simulacro.

Asistimos a un nuevo aliento de orden, en el que las figuras se disponen como si fueran espectros de un espejo deformante desde el que miran hacia todo aquello que el espectador no puede ver. Y en ello radica quizá el misterio. Se adivina un esfuerzo, no exento de ironía, por someter al espectador a la mirada ubicua del retratado, de modo que nosotros, fuera del cuadro, somos quizá los actuantes, quienes sin saberlo disparamos ese principio de acción emocional que surge en los rostros de la pintura.
El artista se lanza a lo imprevisible motivado por la energía del gesto. Sería como si la mano, siguiendo el curso de cierto automatismo, deslizara el pincel entre los dedos recorriendo un espacio yermo, y en el que las formas se sucedieran al ritmo de la conciencia interior. En ese momento surgen esas figuras, semejantes a pobladores de un universo onírico, infausto, embrionario. Siluetas de hombres y mujeres que muestran los rasgos de una plácida locura, huérfanos a la deriva de un amigable sinsentido. Expresiones de vacuidad y de impotencia en rostros embobados –y también ensombrecidos– por remotas obsesiones. Cierta ingenuidad del mal, risas blandas, seres tribales originarios de ambientes primitivos que se desenvuelven a través de la ciega evanescencia del espacio, pugnando por materializarse. El acto creador a medio camino entre la ficción y el arquetipo.

«Entre mi cabeza y mi mano, siempre está la figura de la muerte»
Francis Picabia, Cuestión de ver qué pasa.

No existe la idealización, aunque sí cierta estilización a partir de esbozos, de presencias esquemáticamente perfiladas. Los trazos subyacentes nunca son arrepentimientos, más bien estelas del proceso. Persistencia de la nada –como un no lugar–, donde suceden las cosas y los seres vibran entre ellas, existen y se agotan. Posan ante la mirada con la faz inquietante del fantasma.

Autocompasión, deseos muertos, anagnórisis, revelación, sorpresa. Estados del devenir enfrentados al vacío y que sucumben ante él. Ilusión y malformaciones. Sexos solitarios como signos de una proyección interior desesperada, atrapada en sí misma. Apagada lubricidad que reina y muere en los rincones de la incertidumbre, la carne desolada, sorprendida en su derrota frente a lo desconocido y resignada en el abismo de sus renuncias.

«¿Cómo estar satisfecho cuando todo se te escapa? Aunque estés enamorado todo se te escapa. Quieres estar más cerca de esa persona. ¿Cómo vas a abrirte en canal para unir tu carne a la del otro? Es imposible. Ocurre lo mismo con el arte. Es casi como una larga relación con objetos, imágenes, sensaciones y lo que llamamos pasiones.»
Francis Bacon, en Bacon's Arena (Film documental).

Hay un algo inquietante en la mirada de los personajes, algo que parece suceder fuera, una fuerza amenazante, un conflicto que se ha instalado en las figuras como expresión de la perplejidad. Esa expresión es tan hierática como intemporal, semejante a como miran los rostros en los iconos medievales y en general en las piezas arcaicas.

Rojo tierra que recubre la superficie donde una ventana simbólica recoge la luz. Apenas quedan restos de nuestro mundo, un ser que parece marcharse, un vehículo en vertical, alguna cosa más. Todo sucede fuera de escena. Aquí no queda nada, como en el perro de Goya, La supremacía de un vacío embarrado que toma posesión del mundo. Calma y apocalipsis, principio de un final.



THE OTHER ME

por Ángel Fábregas

Una pareja de niños enlazados de la mano me mira desde el otro lado.
Marat reposa en quietud de último día.
En el principio fue la sombra y el reflejo.
Las formas espectrales emergen sin más ropaje que su trazo.
Criaturas ensimismadas . Me susurran su silencio de soledad y devenir.
Urdimbre de mi inconsciente.
Narcisismo y reflexión.
Topar con fragmentos de otra realidad, hechizo simétrico.
Compartimos el yo. Comunión de los sentidos.

Tiempo y error. Repetición y tensión.

Ánima de lo incompleto, la imperfección deviene en esencia.
Aristóteles y Platón me miran y me río.
Me reflejo en el lago, como esas criaturas, como la de Mary Shelley,
Charca de agua sucia de suburbio posindustrial.
Poderoso es el retorno
No os siento ya extraños.



MIGUEL MORALES. ESCARNIO Y PIEDAD.

por Salvador Perpiñá

Miguel Morales es un hombre que pinta otros hombres. También toca la guitarra eléctrica, enseña dibujo a jóvenes, practica deportes viriles, es un padre solvente y un excelente compañero de correrías, la clase de persona con la que en otros tiempos uno no hubiera dudado en embarcarse para cruzar el océano. Pero, ante todo, es un hombre que pinta, incluso durante los años en que se ha abstenido de hacerlo. Miguel Morales se toma muy en serio su oficio. Una visión superficial de su pintura, que no se asusta de mirar lo grotesco a los ojos (esas figuras en calzoncillos, ¡ese humillante braslip ocean, aniquilador de toda trascendencia!, esas pichas irrisorias, infamantes, ¡ah, qué risa y qué desesperación!), sugeriría la Weltanschauung de un gamberro nihilista y agresivo. Yo, por el contrario, estoy convencido del extremo rigor estético y moral de su pintura.

Heredero al fin y al cabo de la gran tradición romántica, Morales cree en el gesto, en su valor mágico, fundacional. No gusta de corregir, le agradan los pentimentos, las huellas de una voluntad en acción. No le interesa la perfección, no busca el bello acabado, los aspectos meramente sensuales de la pintura no le interesan. Profundo conocedor de la historia del arte, Masaccio, Picabia, Solana, Daumier, Ensor o Kirchner están en el origen de su estética.

Morales investiga la forma, pero le interesa el hombre. La figura humana es la materia de su arte, siempre presente, obsesivamente presente. Una humanidad entre lo inquietante y lo ridículo, doliente, arbitraria, risible, genital. Entre Beckett y el zoológico, entre Makoki y el Ecce Homo. La mortalidad, el despojamiento, el absurdo de nuestra presencia en el mundo impregnan como una angustia densa sus lienzos. Morales no se hace ilusiones, en sus cuadros está el hombre que enferma y tose, arrojado indefenso al tiempo, el hombre al que le cuelgan los huevos, sin grandeza, feroz e insignificantemente humano… Pero hay algo que le salva de la desesperación y es que Morales cree apasionadamente en la pintura como aquello que confiere sentido a lo real. La pintura es su única fe.

La ambición de todo artista es llegar, como Beethoven en sus últimas sonatas, como cincuenta años después Rimbaud en sus poemas finales, a la economía absoluta de medios, a la evaporación misma de su lenguaje en el límite mismo de lo expresable. Hace poco Miguel Morales nos decía “...hasta que fui depurando y me quedé en el blanco, negro y gris; ahora no necesito más.” Dicho lo cual, cualquier cosa que pudiera añadir sería una torpe redundancia.



EN TORNO A LA OBRA DE MIGUEL MORALES

por Pipi Gómez

Miguel Morales es un pintor nacido en Granada hace cincuenta años, licenciado en Bellas Artes y en Historia del Arte, estudiante de Filosofía, músico, aficionado al rugby y a la astronomía. Durante más de quince años ha expuesto su obra en Granada y Madrid. Fue cofundador de “El Buen Gobierno” un espacio de dinamización cultural que se convirtió en un oasis en medio de Granada donde se podía disfrutar de todo tipo de artes plásticas, performances, poesía, música...

Han pasado algunos años desde la última exposición de su obra. ¿Por qué ahora? ¿Existe alguna razón poderosa para exponer?

No es ni creo que tenga que ser poderosa, no hay tampoco una razón para hacerlo ahora y no haberlo hecho antes. Quizá no ha pasado ni tanto ni tan deprisa el tiempo. Ha habido una conjunción de elementos que se han confabulado para que ahora me haya decidido a exponer mi obra otra vez. Casi toda es obra nueva de este último año y creo que era el momento de hacerlo.
Sí me gustaría añadir que “El Buen Gobierno” surgió como un trasvase de ideas con Madrid, con pintores como Ikella Alonso que participaban en “El Almazén de la Nave”, espacio cofundado por Manolo Quejido. Invertimos tiempo y muchas ilusiones y posiblemente este sea un buen momento para poder crear algo parecido.

Su formación artística y académica se refleja en todas y cada una de sus obras, donde la composición y la línea como elementos plásticos determinantes juegan con un mensaje escueto, sobrio y cargado de ironía.
Una vez digerida la  formación y  depuradas las maneras aprendidas ¿Qué  va quedando de la formación académica de la obra de Miguel Morales?

Como pintor creo en la importancia que tiene el conocimiento tanto de la técnica como de la teoría de lo que se ha realizado hasta ahora. Creo en la formación y cada vez valoro más el pasado como una herencia artística: desde Altamira a Gordillo, pasando por Sánchez Cotán, Picabia, Guerrero, Arrollo… Creo que es evidente en alguna concepción o en alguna cita de mis últimos cuadros, pero también creo que en la obra no sólo confluye lo formal, (que para mí en principio es lo más importante) sino la dimensión sentimental, que necesita de la participación cómplice del espectador para ser experimentada.

Al ver su obra parece que ha realizado una síntesis eliminando lo que podría parecer accesorio o innecesario, o simplemente eligiendo los elementos como muestras de sí mismos sin dejar que nada superfluo forme parte del cuadro. Sobre todo en la serie de los retratos frontales.

El cuadro es el resultado de una ecuación en la que aparecen muchos parámetros: color, textura, línea, composición, contraste, tensión... y está claro que algunos me interesan más que otros. Cualquier persona que se dedique a cualquier actividad creativa, tiene que elegir entre los elementos de que dispone, y cómo los mezcla o distribuye. Lo que no tiene sentido es hacer una ecuación ya resuelta. La creación es una búsqueda, hay que buscar nuevos problemas, plantearlos e intentar encontrar soluciones.
Pretendo presentar de una manera nueva lo que percibo y lo que siento, mostrarlo desde un punto de vista que nadie haya hecho antes, pero eso es lo mismo que haría cualquier otro artista.

Has elegido en esta serie el predominio del dibujo sobre el color. Pero podemos entender que bajo todas sus obras se puede sentir el motor de la pintura.

El conocimiento de la tradición artística formada en el último siglo de la que se nutre el arte que se hace hoy: las vanguardias, el pop, el conceptual, el situacionismo, la postmodernidad, el supports-surfaces, la antiforma..., así como las teorías:formalismo, pura visibilidad, estructuralismo, deconstruccion, etc., permiten buscar nuevos caminos. Permiten poder elegir. Es importante saber lo que se hace y lo que se dice, y lo que se hizo y se dijo porque el artista no está solo enfrentado al resto del mundo, el artista es producto de su tiempo y vive en ese mundo. He elegido la pintura, que en absoluto me parece un medio agotado, para intentar contribuir con una pieza más a este puzzle y añadir mi particular enfoque a la visión totalizadora del arte

El nivel de abstracción alcanzado en las últimas obras  se corresponde con una necesidad de depuración plástica o es más bien una búsqueda- encuentro conceptual. Quiero decir: los títulos además de entenderlos con su carga irónica-delirante ¿Podemos utilizarlos para entender sus cuadros? O por el contrario, el mensaje poético del título es eso sólo y  mejor no intentemos ir más allá. 

El cuadro es lo que se ve, y junto con lo que se ve, lo que el espectador percibe; y ya está. Pero el título a veces puede aportar algo. Por ejemplo en la obra “Marcelino Sanz de Sautuola saludando a un extraterrestre” cada observador puede interpretarlo a su manera y así debe ser, pero en él, mi concepción era unir el pasado con el presente, relacionar el conocimiento nuevo del cosmos (la vida extraterrestre, la teoría de las supercuerdas, las múltiples dimensiones...) con una imagen distinta de la realidad que percibimos (cuadrados sin pintar, rectángulo rosa,...un espacio distinto), a la vez que busco ironía, humor…la utilización del carboncillo como homenaje al dibujo preparatorio...; quería obtener una obra sin volumen...dibujo espontáneo de la figura humana; otro canon, en el que participa también el azar…pero aunque así es como va surgiendo el cuadro, esto solo puede ser conocido como anécdota, pues el espectador ha de enfrentar a la obra sin ese conocimiento, no lo necesita. Todas las intenciones del pintor pueden ser variadas por el espectador, que es a quien va dirigido
.
Por lo tanto podríamos decir que en su obra puede ser tan importante lo que vemos como elementos formales como la reacción del propio público ante lo que percibe. Es consciente de que no es una obra amable para el espectador

En toda obra confluye la dimensión formal y la perceptiva, es decir la obra se tiene que ir configurando con las percepciones y sensaciones subjetivas que produce en el espectador. No todo el producto de este feedback puede ser positivo y soy consciente de algunas percepciones inquietantes o incluso desagradables que puede generar algún cuadro; pero la expresión se nutre de un abanico enorme de sentimientos y reacciones que no podemos ignorar porque no podemos ignorar al espectador que participa como implicado directo en el juego del arte.




"AFORISMOS IMPRESIONADOS"

por Miguel Ángel Arcas







Soñar exige disciplina. Disciplina requiere libertad.






 El pensar es una curva. (No le des más vueltas)..












El vacío es el lugar donde faltas tú.












Valgo más por lo que callo que por lo que no digo.












Hay noches en las que amanece más de una vez.











Vivir cada uno de tus días como quien resuelve el problema de la luz en un sueño, como el ciego que manotea la niebla densa que rodea las cosas pequeñas.












Si nadas a contracorriente asegúrate de saber qué dirección lleva la corriente.










Sin la muerte yo no te querría.












Si abres los ojos tras la venda, ves por dentro.







Algunos invierten demasiado tiempo en pensar la manera de no hacer lo que piensan.










Hay que estar a la altura de nuestros fracasos.










El verdadero objetivo de un disfraz es que no se reconozca a sí mismo quien lo lleva.










La lujuria va contra natura: rejuvenece.








Los españoles clavan la envidia hasta la empuñadura.





Puedes pensar el futuro,pero hay que actuar como si no lo hubieras pensado.











Los ciegos son los que verdaderamente dominan la perspectiva.












Una de mis grandes aspiraciones: No hacer nada muy lentamente.











Todo corre el riesgo de convertirse en apariencia.











Más vale una ventana que mil espejos.









El sentido se organiza con el recuerdo. Fuera de la memoria todas las cosas suceden al mismo tiempo.











La apariencia es un descuido del ojo.












España es un país donde a las Dolorosas se las considera compatriotas.









Muy pocos van a estar de acuerdo con esto, pero un hombre es casi una mujer.










Aparte de la soledad, el guión de la vejez no es otro que su dramática relación con el cuerpo.










En el cuerpo está la fuente de toda rebeldía.











Para leer el silencio hacen falta ojos de oro.










Te amo para parecerme a ti.